NAVEGAR ENTRE PALABRAS

martes, 25 de septiembre de 2018

RELATO: LA NIEBLA

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RELATO

La ría de Ferrol como dicen los Ingleses si ellos la tuvieran le harían un puente de Plata. Está protegida en su bocana por los castillos de San Cristóbal, San Martín, La Palma y San Felipe. Cuatro fortificaciones que hacen de la ría un rincón inescrutable, en aquellos años. Hoy son una joya a 
conservar.

La ría está llena de pequeñas calas y pueblos costeros que en su tiempo, cuando no había tantos coches o ninguno se comunicaba por mar a través de pequeñas embarcaciones llamabas lanchas.

Pero vamos a nuestra nueva aventura
El domingo era apacible y hermoso lleno de luz, aunque no era tiempo de playa.  Las aguas estaban realmente frescas pero aún así las navegaciones por la ría de Ferrol a distintos puntos de su costa era una constante. Como día festivo y domingo primero íbamos a misa, la iglesia la teníamos al lado de casa, la iglesia de la Merced del colegio  del Tirso de Molina. A continuación íbamos a casa a recoger todas las bolsas con comida, bebida, ropa, juegos para pasar un día con nuevas aventuras.



Esta vez nos dirigimos a Barallobre un puerto al otro lado de la ría de Ferrol muy próximo a Perlío y a los astilleros, hoy llamados Navantia. El día era despejado y con una temperatura suave y agradable, con el constante repiquetear del motor con una música constante que inundaba toda la soledad de la ría. En aquella época apenas había barcos de recreo, por no decir ninguno, nosotros teníamos suerte porque la familia de mi padre eran constructores de barcos en la ría de Muros y la pasión por el mar era una especie de obsesión. Los festivos las gentes del mar lo tenían de descanso y no había nadie navegando excepto las lanchas que trasportaban viajeros a los distintos puertos de los márgenes de la ría. Perlío, La Gándara, Mugardos, La Cabana, San Felipe y La Palma. Había un trasiego constante de navegación desde la estación marítima a los distintos puertos.

 Al llegar a la ensenada de Barallobre mi padre fondeó el barco y con la chalana nos dirigimos a tierra firme. Allí el día transcurrió entre diversiones, exploraciones y juegos. Había tiempo para todo, incluso para sestear un poco después de la comida aunque para nosotros intranquilos e intrépidos era misión imposible. 


La Marea


El día fue transcurriendo apacible y lleno de diversión pero de repente mi padre empezó a preocuparse porque la marea había bajado poderosamente y el Marisol  había quedado tumbado de un costado abatido a su suerte, lo que todo el mundo conoce por quedar varado.  Entonces empezó a hacer cuentas para controlar la subida y la puesta a flote del barco. Mientras tanto nosotros nos metíamos en el lodazar que había quedado, quedando hundidos hasta las rodillas y más. Eso no era muy prudente ya que me clavé un pincho u objeto no identificado  en la planta del pié y aún hoy en día con los cambios de tiempo, siento pinchazos. Debí de pincharme en algún tendón porque estuve coja algún tiempo.


Las Luces


El tiempo fue pasando y llegó la noche cuando al final el Marisol se puso a flote desperezándose con un suave cabeceo. Yo pensé que el agua entraría por todo el barco, pero no fue así. Al frente se veían las luces del puerto de Ferrol, que era nuestra guía, “las luces”. Una vez, todos a bordo, el Marisol empezó su navegación con su música  singular,  al poco tiempo  en la lejanía vimos como una niebla espesa se deslizaba como un manto negro, ya no se veía nada, una niebla espesa cubría toda la ría quedando la embarcación inmersa en una oscuridad absoluta, no nos veíamos de unos a otros.


Mi Madre


 -¡Ay Pedriño vamos a morir!-



Y la verdad no estaba descaminada. Habíamos perdido la referencia de las luces del puerto y en su lugar y para más sorpresa el motor de una embarcación nos venía al paso pero en sentido opuesto y de pronto el silbato de la lancha que iba a Perlío empezó a sonar. Habían escuchado nuestro motor y aminorado la marcha.



La voz del patrón sonó en la oscuridad---


-¡Ah del barco!

---Mi padre contestó---

-Aquí el Marisol.

- La única herramienta que teníamos era una campana que íbamos tocando continuamente ya que el barco por tener no tenía ni chalecos salvavidas, ni fonía ni plotter, no teníamos nada pero lo que si teníamos era un miedo jamás superado, bueno solo una vez pasado el tiempo y con una neumática, y ya casada en Coruña, teníamos una neumática con un motor de 15 cv. Se nos ocurrió ir a ver las traineras de El Teresa Herrera que se disputan en la ensenada de Riazor. También nos cogió la niebla y pasé un miedo tremendo. Las alucinaciones con las distancias son tremendas, se acercan y se alejan como en una borrachera, encima la torre de Hércules sonaba poderosamente, anunciándonos su posición. Pasamos entre las piedras de la vaca y el buey entre la espuma de las olas y en un milagro de orientación a ciegas aparecimos en la orilla del Riazor y allí sentimos la salvación-


. Pero vamos a lo que nos aconteció en aquel domingo de niebla de regreso a puerto, el patrón de la lancha debió escuchar la campana y también aminoró la marcha.



Mi padre sin apagar el motor, mantuvo su posición, escudriñando entre la niebla alguna señal de alerta, así logró ver en un atisbo las luces de posición de la lancha, situando la verde con la verde. Cuando pasamos a escasos metros, el patrón le confirmó la posición y que siguiéramos todo avante o bien si queríamos que nos remolcara. Mi padre decidió seguir y a los pocos minutos unas débiles luces aparecieron en el horizonte.

 Como en las películas de la sesión de 4 del Rena, cuando llegaba el séptimo de caballería,  al unísono empezamos a aplaudir. Entramos en una relajación y nos abrazamos al calor de las luces del puerto de Curruxeiras que nos recibieron entre guiños.

Navegar con mi padre siempre era una aventura ardua de predecir…

viernes, 7 de septiembre de 2018

RELATO: ACAMPADA EN CHANTEIRO



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Habían llegado las vacaciones de verano y nuestros padres habían decidido pasar el San Juan de acampada en la playa de Chanteiro. Solíamos ir muchas veces a esa playa, era un placer disfrutar de sus aguas aunque cuando había mar de fondo las olas eran considerables. Pero resultaban tranquilas porque aunque hubiera mar de fondo el mar nunca te arrastraba te devolvía a la playa y eso para los padres era una tranquilidad, aunque sin quitarnos la vista cuando estábamos en el agua. También tenía un pequeño riachuelo por el margen izquierdo donde podíamos jugar los más pequeños sin ningún problema y para que todo fuera perfecto un hermoso campo donde se podía acampar, con un manantial donde las libélulas de múltiples colores inundaban el espacio aéreo. Era una especie de jardín del edén, entre flores silvestres y una quietud celestial.

Cada familia llevaría su tienda y enseres necesarios y se portarían en el Marisol, unos irían en el barco y el resto iría hasta el castillo de la Palma en lancha y después caminarían por el pequeño y estrecho camino que bordea los acantilados hasta llegar a las baterías abandonadas por el ejército y continuar hasta llegar a la playa de Chanteiro entre los cabos de Segaño y Coitelada. 

Ese año el San Juan coincidía en sábado así que el viernes los preparativos tenían que estar dispuestos. Íbamos cuatro familias y un total de 19 miembros. Se zarparía la mañana de sábado para que diera tiempo a colocar las tiendas de campaña y recoger leña para hacer la hoguera. Nosotros éramos la familia más numerosa con lo que mi padre se había agenciado una tienda del ejército que utilizamos después, muchas veces . Para mis hermanos y para mi fue nuestra primera acampada. Entre la navegación por la ría de Ferrol y las acampadas vivíamos en una aventura llena de historias y libertad en un espacio limpio de contaminación. Lo que siempre escuchábamos fuera laboral o festivo eran las explosiones de las cantera, que años después ya viviendo en Coruña, me enteré que era una que había en Lavamou, en el monte de San Pedro, hoy un hermoso mirador. 

Ya estaba todo dispuesto y nos dirigimos al puerto muy temprano cargados con los enseres y empezaron a llegar los demás miembros depositando los bártulos en el muelle para embarcarlos en el Marisol. Ya todo listo unos se fueron a la lancha y otros nos embarcamos rumbo a alta mar. Era la primera vez que salíamos de la ría y le dábamos la vuelta al cabo y eso me producía un tanto de temor o respeto. El mar siempre era impredecible. La sensación de salir a alta mar fue impresionante unas olas largas e interminables daba la sensación de la inmensidad del océano. Una experiencia inolvidable que quedará en la mente para siempre. Salir por la bocana de la ría entre los acantilados en la pequeña embarcación nos hacía pequeños e indefensos. 

El desembarque fue un poco más complicado ya que ese día rompían las olas y llegar hasta la orilla era cuestión de cálculo y pericia. No sé como hacía mi padre pero siempre nos ponía al borde del colapso con sus intrépidas maniobras. Primero fondeó el Marisol y abarloó el bote para empezar el desembarco. En principio fuimos varios con alguno de los enseres para así ir ayudando a los otros que tenían menos movilidad y a su vez ir subiendo todo hasta el campo. Había que prestar atención a las olas rompientes para que no se colaran por la popa y así mojarnos enteros. Observábamos las olas y a partir de la más fuerte mi padre en un esfuerzo de remero lograba sortear las olas y depositarnos en la orilla, con la misma todos saltábamos a la arena y en el menor tiempo posible desembarcábamos todo el material. Así todas las veces hasta dejar el barco vacío. 

El Barco quedaba fondeado a resguardo de las olas para que no encallara contra las rocas. Una vez instalados se organizó la hoguera y la fiesta de San Juan comenzó entre sardinas, pan de brona, cantos y risas y como no, la famosa queimada con su conjuro y ya agotados y de remate el himno Gallego. Todo un aquelarre.