RELATO
La ría de Ferrol como dicen los
Ingleses si ellos la tuvieran le harían un puente de Plata. Está protegida en
su bocana por los castillos de San Cristóbal, San Martín, La Palma y San Felipe.
Cuatro fortificaciones que hacen de la ría un rincón inescrutable, en aquellos
años. Hoy son una joya a
conservar.
La ría está llena de pequeñas
calas y pueblos costeros que en su tiempo, cuando no había tantos coches o
ninguno se comunicaba por mar a través de pequeñas embarcaciones llamabas
lanchas.
Pero vamos a nuestra nueva
aventura
El domingo era apacible y hermoso lleno de luz, aunque no
era tiempo de playa. Las aguas estaban
realmente frescas pero aún así las navegaciones por la ría de Ferrol a
distintos puntos de su costa era una constante. Como día festivo y domingo
primero íbamos a misa, la iglesia la teníamos al lado de casa, la iglesia de la
Merced del colegio del Tirso de Molina.
A continuación íbamos a casa a recoger todas las bolsas con comida, bebida, ropa,
juegos para pasar un día con nuevas aventuras.
Esta vez nos dirigimos a Barallobre un puerto al otro
lado de la ría de Ferrol muy próximo a Perlío y a los astilleros, hoy llamados
Navantia. El día era despejado y con una temperatura suave y agradable, con el
constante repiquetear del motor con una música constante que inundaba toda la
soledad de la ría. En aquella época apenas había barcos de recreo, por no decir
ninguno, nosotros teníamos suerte porque la familia de mi padre eran
constructores de barcos en la ría de Muros y la pasión por el mar era una
especie de obsesión. Los festivos las gentes del mar lo tenían de descanso y no
había nadie navegando excepto las lanchas que trasportaban viajeros a los
distintos puertos de los márgenes de la ría. Perlío, La Gándara, Mugardos, La
Cabana, San Felipe y La Palma. Había un trasiego constante de navegación desde
la estación marítima a los distintos puertos.
Al llegar a la ensenada de Barallobre mi padre fondeó el
barco y con la chalana nos dirigimos a tierra firme. Allí el día transcurrió
entre diversiones, exploraciones y juegos. Había tiempo para todo, incluso para
sestear un poco después de la comida aunque para nosotros intranquilos e
intrépidos era misión imposible.
La Marea
El día fue transcurriendo apacible y lleno de diversión
pero de repente mi padre empezó a preocuparse porque la marea había bajado
poderosamente y el Marisol había quedado
tumbado de un costado abatido a su suerte, lo que todo el mundo conoce por
quedar varado. Entonces empezó a hacer
cuentas para controlar la subida y la puesta a flote del barco. Mientras tanto
nosotros nos metíamos en el lodazar que había quedado, quedando hundidos hasta
las rodillas y más. Eso no era muy prudente ya que me clavé un pincho u objeto
no identificado en la planta del pié y
aún hoy en día con los cambios de tiempo, siento pinchazos. Debí de pincharme
en algún tendón porque estuve coja algún tiempo.
Las Luces
El tiempo fue pasando y llegó la noche cuando al final el
Marisol se puso a flote desperezándose con un suave cabeceo. Yo pensé que el
agua entraría por todo el barco, pero no fue así. Al frente se veían las luces
del puerto de Ferrol, que era nuestra guía, “las luces”. Una vez, todos a bordo,
el Marisol empezó su navegación con su música singular, al poco tiempo en la lejanía vimos como una niebla espesa se
deslizaba como un manto negro, ya no se veía nada, una niebla espesa cubría
toda la ría quedando la embarcación inmersa en una oscuridad absoluta, no nos
veíamos de unos a otros.
Mi Madre
-¡Ay Pedriño vamos a
morir!-
Y la verdad no estaba descaminada. Habíamos perdido la
referencia de las luces del puerto y en su lugar y para más sorpresa el motor
de una embarcación nos venía al paso pero en sentido opuesto y de pronto el
silbato de la lancha que iba a Perlío empezó a sonar. Habían escuchado nuestro
motor y aminorado la marcha.
La voz del patrón sonó en la oscuridad---
-¡Ah del barco!
---Mi padre contestó---
-Aquí el Marisol.
- La
única herramienta que teníamos era una campana que íbamos tocando continuamente
ya que el barco por tener no tenía ni chalecos salvavidas, ni fonía ni plotter,
no teníamos nada pero lo que si teníamos era un miedo jamás superado, bueno
solo una vez pasado el tiempo y con una neumática, y ya casada en Coruña,
teníamos una neumática con un motor de 15 cv. Se nos ocurrió ir a ver las
traineras de El Teresa Herrera que se disputan en la ensenada de Riazor.
También nos cogió la niebla y pasé un miedo tremendo. Las alucinaciones con las
distancias son tremendas, se acercan y se alejan como en una borrachera, encima
la torre de Hércules sonaba poderosamente, anunciándonos su posición. Pasamos
entre las piedras de la vaca y el buey entre la espuma de las olas y en un
milagro de orientación a ciegas aparecimos en la orilla del Riazor y allí
sentimos la salvación-
. Pero vamos a lo que nos aconteció en aquel domingo de
niebla de regreso a puerto, el patrón de la lancha debió escuchar la campana y
también aminoró la marcha.
Mi padre sin apagar el motor, mantuvo su posición,
escudriñando entre la niebla alguna señal de alerta, así logró ver en un atisbo
las luces de posición de la lancha, situando la verde con la verde. Cuando
pasamos a escasos metros, el patrón le confirmó la posición y que siguiéramos
todo avante o bien si queríamos que nos remolcara. Mi padre decidió seguir y a
los pocos minutos unas débiles luces aparecieron en el horizonte.
Como en las
películas de la sesión de 4 del Rena, cuando llegaba el séptimo de caballería, al unísono empezamos a aplaudir. Entramos en
una relajación y nos abrazamos al calor de las luces del puerto de Curruxeiras
que nos recibieron entre guiños.
Navegar con mi padre siempre era una aventura ardua de predecir…