NAVEGAR ENTRE PALABRAS

jueves, 13 de diciembre de 2018

LA MATANZA




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RELATO





Sucedió en verano en una aldea llamada Meirás. La familia de Marcelino tenía una hermosa cerda que le daba una media de veinte lechones cada vez que paría. 

Una mañana la Sr. Maruja amaneció sentada delante del umbral de la puerta de la casa y la cuadra donde compartían habitáculo cerda y burro. Sus gritos, llantos y expresiones eran toda una representación del dolor. Tenía yo apenas cinco años. Pensé que alguna cosa horrible había pasado o algún miembro de la familia había muerto. No estaba equivocada, la cerda era el sustento para el invierno y era querida con adoración proporcionando durante su engorde toda clase de cariños y agasajos culinarios.

Las manifestaciones de duelo no se hicieron esperar y por allí pasó gran parte del pueblo, dando el pésame a la familia.
Aquel verano mis padres habían alquilado una pequeña casa contigua a la de Marcelino y Maruja y los momentos vividos me abrieron los ojos, a la vida sencilla de los pueblos, donde los juegos se traducen en trabajo y las vacaciones no pasaban de los grandes momentos vividos en las fiestas del patrón, entre bailes y comilonas.


Pasados los años, seguimos pasando nuestros veranos en aquella casa. Llegó el día de la patrona del pueblo e hicieron una fiesta. Unos días antes sacrificaron a una hermosa cerda. ¡cuan fue mi sorpresa!, aquella cerda, hermosa y amada iba a formar parte del banquete de todos sus invitados y de la comida del próximo invierno. Paradojas de la vida.
Formar parte de la cadena alimenticia no es nada bueno.


Lo que más nos dejaba aterrorizados a mis hermanos y a mi eran los gritos de terror que los pobres cerdos, amados y queridos, proferían, ante la impasividad se sus verdugos. Yo estaba aterrorizada.
Ante la cara de terror que sus moradores me vieron, empezaron las bromas y las risas hacia mi persona. Uno de sus miembros que estaba haciendo chorizos con la tripa de su amado cerdo, cogió un puñado de carne y me la metió en la boca a la fuerza...todavía estaba caliente.


Aún no levanté cabeza y desde aquella nunca más entré a formar parte de aquel aquelarre. Solo pasados los años ya siendo mozos, nos volvieron a invitar y comimos con ellos, mi hermano  se cogió el pedal más grande de su vida con el famoso licor-café. Mucho tiempo pasó sin que pudiera ver la botella del famoso licor café. Una auténtica bomba contra el cerebro y demás órganos. Aquellos años ya siendo mozos pasábamos el verano de acampada en la playa del Río, en una hermosa tienda que tenía dos habitaciones, cocina, salón y terraza todo un lujo de inolvidables veranos al sol. 


Nuevamente ya casada y viviendo en el pueblo de Cereixo, en la casa de los vecinos seguían practicando aquella matanza, era tremendo los gritos del animal que como un eco se escuchaba por todo el bosque. Era una gente humilde y tímida que vivían de la labranza y sus animales. No gastaban en nada superfluo hasta la ropa era raída y vieja. Mis hijas que por aquel entonces eran unos bebés que curioseaban con su pequeño caballo de aventuras, entraban por la puerta de atrás de sus estancias y ellos muy tímidamente les decían,----<Vaites-Vaites>----Con el tiempo aquellos vecinos quedaron por llamarse los Vaites-Vaites y así cada vez que pasaban por delante de nuestra casa las niñas al unísono y de forma insistente los perseguían por toda la finca gritando la famosa palabra. ¡VAITES-VAITES!.


AUTORA: Mari Carmen Freire Romero