En los días de verano, mis padres nos llevaban al puerto de Ferrol, Curruxeiras, allí mi padre con habilidad de marino hacía las maniobras pertinentes para que todos pudiéramos disfrutar de la nueva aventura.
Desde el noray del puerto con destreza desataba cabos y acercaba el bote (auxiliar) para poder embarcar en el Marisol, el barco permanecía fondeado y amarrado a puerto. Mantener el barco de esa forma era tarea ardua trabajosa ya que las mareas obligaba a mi padre a ir a toda prisa a comprobar el estado de las amaras, sobre todo ante un temporal. Ahora gozamos de hermosos pantalanes que nos facilitan los embarques y desembarques.
Solíamos ir a una playa que hay en el castillo de san Felipe, una pequeña cala a los pies del castillo. El agua era realmente fría, solo era realmente agradable cuando subía la marea en un día de sol y el agua se calentaba con las piedras.
Cuando
coincidían las mareas mi padre preguntaba quien se apuntaba para ir a
pescar. Mis hermanos y yo siempre estábamos dispuestos. Para ello
usábamos el bote e íbamos a remo hasta la boya de la bocana de la ría.
Allí mi padre fondeaba y empezaba a repartir los sedales con seis
anzuelos para mi hermano mayor y con tres anzuelos para mi segundo
hermano y para mi, enganchados en un corcho. Para que tuviéramos cuidado
nos contaba lo importante que era no clavarse uno de ellos, señalando
que habría que cortar. Eso nos tenía en alerta, nunca me ocurrió por la
cuenta que me tenía. Después mis hermanos por ser mayores ponían la
carnada, mi padre a mi no me dejaba, bueno también me daba un poco de
grima. 😀
Mi padre permanecía observando y pendiente de nuestros movimientos, e indicando a cuantas brazas teníamos que largar y pegar un tirón al notar algún pequeño movimiento entre otras explicaciones.
En aquella época los mares eran generosos y fértiles estaban las aguas limpias, era sorprendente, sin ninguna experiencia te convertías en un pescador profesional. De cada lance los tres anzuelos llegaban llenos con los apreciados panchitos, era la época de ellos y mi padre lo sabía. Si solo íbamos nosotros, cogíamos medio cubo pero si venía el resto de la familia o amigos, cogíamos el cubo lleno. Después se repartía.
Hoy ya no se pueden pescar los panchitos, están en protección, como se suele decir "pequeñines no, hay que dejarlos crecer".
Eran otros tiempos donde no había vedas.
Así era una jornada de asueto veraniego donde disfrutábamos del mar mientra aprendíamos las técnicas de pesca, con paciencia y una sonrisa.
y ya al llegar la noche regresábamos a puerto, y nuevamente mi padre nos desembarcaba con el auxiliar, fondeaba y amaraba el Marisol.
Los ricos panchitos fritos, con cachelos y los pimientos de Padrón todo un manjar de dioses... 😋😃 nos esperaban al final del día, agotador.
Mi padre permanecía observando y pendiente de nuestros movimientos, e indicando a cuantas brazas teníamos que largar y pegar un tirón al notar algún pequeño movimiento entre otras explicaciones.
En aquella época los mares eran generosos y fértiles estaban las aguas limpias, era sorprendente, sin ninguna experiencia te convertías en un pescador profesional. De cada lance los tres anzuelos llegaban llenos con los apreciados panchitos, era la época de ellos y mi padre lo sabía. Si solo íbamos nosotros, cogíamos medio cubo pero si venía el resto de la familia o amigos, cogíamos el cubo lleno. Después se repartía.
Hoy ya no se pueden pescar los panchitos, están en protección, como se suele decir "pequeñines no, hay que dejarlos crecer".
Eran otros tiempos donde no había vedas.
Así era una jornada de asueto veraniego donde disfrutábamos del mar mientra aprendíamos las técnicas de pesca, con paciencia y una sonrisa.
y ya al llegar la noche regresábamos a puerto, y nuevamente mi padre nos desembarcaba con el auxiliar, fondeaba y amaraba el Marisol.
Los ricos panchitos fritos, con cachelos y los pimientos de Padrón todo un manjar de dioses... 😋😃 nos esperaban al final del día, agotador.