NAVEGAR ENTRE PALABRAS

jueves, 28 de junio de 2018

RELATO.: EL BOTE, LA BOCANA Y LOS PANCHITOS

                                                Castillo de San Felipe en la ría de Ferrol







En los días de verano, mis padres nos llevaban al puerto de Ferrol, Curruxeiras, allí mi padre con habilidad de marino hacía las maniobras pertinentes para que todos pudiéramos disfrutar de la nueva aventura.

Desde el noray del puerto con destreza desataba cabos y acercaba el bote (auxiliar) para poder embarcar en el Marisol, el barco permanecía fondeado y amarrado a puerto. Mantener el barco de esa forma era tarea ardua trabajosa ya que las mareas obligaba a mi padre a ir a toda prisa a comprobar el estado de las amaras, sobre todo ante un temporal. Ahora gozamos de hermosos pantalanes que nos facilitan los embarques y desembarques.
Solíamos ir a una playa que hay en el castillo de san Felipe, una pequeña cala a los pies del castillo. El agua era realmente fría, solo era realmente agradable cuando subía la marea en un día de sol y el agua se calentaba con las piedras.


Cuando coincidían las mareas mi padre preguntaba quien se apuntaba para ir a pescar. Mis hermanos y yo siempre estábamos dispuestos. Para ello usábamos el bote e íbamos a remo hasta la boya de la bocana de la ría. Allí mi padre fondeaba y empezaba a repartir los sedales con seis anzuelos para mi hermano mayor y con tres anzuelos para mi segundo hermano y para mi, enganchados en un corcho. Para que tuviéramos cuidado nos contaba lo importante que era no clavarse uno de ellos, señalando que habría que cortar. Eso nos tenía en alerta, nunca me ocurrió por la cuenta que me tenía. Después mis hermanos por ser mayores ponían la carnada, mi padre a mi no me dejaba, bueno también me daba un poco de grima. 😀
Mi padre permanecía observando y pendiente de nuestros movimientos, e indicando a cuantas brazas teníamos que largar y pegar un tirón al notar algún pequeño movimiento entre otras explicaciones.
En aquella época los mares eran generosos y fértiles estaban las aguas limpias, era sorprendente, sin ninguna experiencia te convertías en un pescador profesional. De cada lance los tres anzuelos llegaban llenos con los apreciados panchitos, era la época de ellos y mi padre lo sabía. Si solo íbamos nosotros, cogíamos medio cubo pero si venía el resto de la familia o amigos, cogíamos el cubo lleno. Después se repartía.

Hoy ya no se pueden pescar los panchitos, están en protección, como se suele decir "pequeñines no, hay que dejarlos crecer".
Eran otros tiempos donde no había vedas.
Así era una jornada de asueto veraniego donde disfrutábamos del mar mientra aprendíamos las técnicas de pesca, con paciencia y una sonrisa.

y ya al llegar la noche regresábamos a puerto, y nuevamente mi padre nos desembarcaba con el auxiliar, fondeaba y amaraba el Marisol.
Los ricos panchitos fritos, con cachelos y los pimientos de Padrón todo un manjar de dioses... 😋😃 nos esperaban al final del día, agotador.

lunes, 11 de junio de 2018

RELATO.: EL MOTOCARRO DE MI PADRE



 



Aquellos años 60 era todo una aventura, una de las ideas de mi padre fue construir un motocarro. Una especie de triciclo con una cabina cerrada.
Teníamos la suerte de vivir en un bajo y gozar de un patio. Mi padre tenía un panel con todas las herramientas muy bien estivadas, en un orden esmerado, un banco de carpintero y lo más importante su imaginación.
Empezó la fiebre de los motocarros y ahí se le encendió la bombilla y como trabajaba en la Bazán  podía conseguir piezas y construir a su antojo.
Las tardes de invierno se metía en aquel patio y entre juramentos y alegrías iba conformando su idea.
Cuando lo estaba montando encendió el motor y no era capaz de pararlo alertando a todo el vecindario con un estruendo ensordecedor y no paró hasta que agotó la gasolina.
 Doy fe que lo consiguió con un pequeño inconveniente, cuando ya lo tenía totalmente montado se olvido de las medidas y por más que lo intentó no salía por la puerta.
Vuelta para el patio y a desmontar el triciclo, no sin antes bufar, ante las risas de mi madre y el asombro de mis hermanos  y yo.
Tenía prisa en su confección pues más tarde nos contó, (otra de sus cabezonadas) que quería participar en una carrera de motocarros por todo Ferrol. Había apostado con un amigo que era capaz de hacer un triciclo como el de el.
No solo lo hizo que encima nos montó a todos en el y nos llevó a la carrera. Hoy eso sería motivo de imprudencia temeraria, pero es que eran otros tiempos.
Aquel motocarro también nos sirvió para disfrutar de las playas en verano, llevando a toda la familia, tíos, primos etc y por supuesto la abuela que iba delante con mi padre, unos tiempos inolvidables, entre aventuras e imprudencias.




El bajo es el que adjunto en la foto situado en la calle María en frente de la plaza de Amboage.