Recuerdo este utensilio con cariño y me viene un suave olor a café,
cuando la casa se inundaba y daba el pistoletazo de salida al inicio del
nuevo día. Nací con su aroma en las mañanas de colegio, recién
cumplidos los cinco.
La receta me quedó bien memorizada, el
recipiente entero lleno de granos de café, se molía y caía en el
cajoncito de abajo, a continuación llenábamos hasta la mitad de granos
de malta y volvíamos a moler, ya con todo el grano preparado le
añadíamos una cucharada sopera colmada de achicoria y ya estaba todo
listo para hacer la tan sabrosa pócima. Mientras, esperábamos que
hirviera el agua de la olla que permanecía en el fuego de la bilbaína.
Era una casa con alma, donde sus integrantes formaban parte de su vida.
El desayuno era una taza con el suculento café, un chorrito de leche y
sopas de pan. Te puedes imaginar la marcha que aquello nos daba,
empezábamos soñolientos y terminábamos con una velocidad que no había
quien nos parara. Entre tanto mi madre no paraba de reñir para que
apuráramos porque se nos hacía tarde. Fue una época en que salíamos
todos juntos para el colegio.
Los desayunos empezaban con bromas y
risas intentando hacer reír con cualquier ocurrencia. Después con las
carteras en la mano, todos para el cole.
Después llegó la
generación del Cola-Cao, mientras unos desayunaban con el delicioso
café, otros lo hacían con Cola-Cao. En la radio sonaba la famosa
canción; "Si lo toma el ciclista se hace el dueño de la pista, y si es
el boxeador, pum-pum golpea que es un primor", que al unísono cantábamos
todos juntos, pero a mi lo que me daba fuerza y velocidad era el
sabroso café, aquel que se hacía con malta y achicoria.
Los
desayunos de los domingos eran especiales, ese día la mesa se llenaba de
vida lo hacíamos todos juntos y el pan se sustituía por unos churros o
bizcochos.
Mientras nos íbamos levantando mi padre iba por los
churros y a su vez traía la prensa, normalmente La voz de Galicía y para
los más pequeños, como todos los domingos el TBO, el Capitán Trueno, El
guerrero del antifaz, y para mi uno de princesas que un buen día cambié
por el Jabato. El TBO era para todos y los otros eran uno para cada
uno de mis hermanos. Al principio yo no sabía leer y mis hermanos me los
iban leyendo, después ya empecé el colegio y ya me hice autónoma y
podía recrearme con las viñetas mientras leía todo el tiempo del mundo.
Los comics nos los pasábamos de unos a otros.
Aprendí a leer a una
velocidad que mis padres se sorprendieron cuando a los tres meses de
empezar el colegio, empecé a leer todo lo que había escrito por las
paredes y lo que me cayera por delante de los ojos.
¡Niña!, ¿Qué dices?
y yo les decía- Estoy leyendo lo que está escrito ahí en la pared.
Mi madre me dijo que no leyera nada de la pared, y antes de que le preguntara el ¿por-qué?, mi madre siguió.
Hay palabras feas que no se deben decir.
Tu lee los nombres de los comercios o carteles pero escrituras de la pared, no.
Me encontraba como una niña con zapatos nuevos, poder leer todo lo que
yo quisiera. Así pasaba horas enteras leyendo al Capitán trueno, y su
novia Sigrid, ¡estaba enamorada
😀😅. Mi primer amor platónico!.
😂
El café y la lectura dos compañeras de viaje, que formaron mi mente y mis inquietudes en el día a día.
Las tertulias de café en el famoso café "El Suizo" donde la pandilla pasábamos horas entre juegos de parchís, cartas, o dominó, degustando el sabroso y oloroso café.
Era una cafetería que estaba en la calle Real de Ferrol, ahora en su lugar hay una cadena de perfumerías. Ahí convivíamos dos generaciones, los abuelos que leían los periódicos y tenían sus tertulias, y los jóvenes en la parte de atrás del local.
El camarero creo que se llamaba Emilio, el tiempo va borrando un poco de todo. Era un hombre amable con una paciencia asombrosa, de pelo cano pero cuando se tenía que poner serio también lo hacía y siempre con una sonrisa.
Hubo una época en que íbamos a la Suiza una cafetería que estaba enfrente del casino de la calle Real. El local aún está en funcionamiento con otro nombre y me imagino que con otros propietarios pero su decoración no tiene nada que ver con aquella de antaño. Gozaban sus paredes de unos dibujos Picassianos que le daban un aspecto bohemio y juvenil. No tenía terraza la única que había en la calle Real era la del casino, donde las señoras con sus galas exponían sus riquezas y nos miraban con ojos críticos, pero la juventud es muy osada y todos lo pasábamos por alto entre guiños de complicidad.
El molinillo manual fue sustituido
por el eléctrico y la olla por la melitta o la cafetera exprés.
Desapareció la achicoria y la malta, y con el, el sabroso aroma. El café
fue perdiendo calidad, donde incluso ya ni tienes que molerlo.
Quedan mis recuerdos, de infancia donde todo estaba por aprender y por
conseguir, sueños envueltos en el suave aroma del café Amador o Bonilla,
torrefacto o natural.
Me quedo con el café de mis recuerdos aquel que me llenaba de fuerza y de sueños.
Historias de Carmelin por
Mari Carmen Freire Romero.
Hasta la próxima historia.