Un verano más y nuevas
historias y aventuras nos esperaban con el Marisol. Mi madre ese año había
pensado sorprendernos y un día apareció por casa con cuatro colchones de agua.
Dos grandes donde cabían dos personas, con dos almohadas y otros dos más
sencillos para una persona con una almohada.
De los dos grandes uno
era para mis padres y otro para mi hermano el mayor, los otros dos eran para mi
otro hermano y para mí. Los nuestros
tenían una particularidad, en el centro de la almohada tenían un círculo
transparente desde el cual podíamos ver el fondo del mar. Eso nos tenía
emocionados y excitados, al fin podíamos ver lo que había en el fondo de los
mares.
Llegó el día señalado y
allá nos fuimos con todos los aperos para disfrutar de una jornada de mar por
la hermosa ría de Ferrol. Ese día fuimos al castillo de San Felipe. Hermoso
rincón con su pequeña playa, sus rocas y las anclas de las cadenas que formaron
parte de la protección de la ría al pie del castillo. Con una vista maravillosa
de la bocana.
Por aquel entonces
éramos muy pequeños yo estaba aprendiendo a nadar, apenas me mantenía. Estábamos ansiosos por
llegar, hinchar los colchones y lanzarnos al mar. Llegamos al puerto y nos
dirigimos rumbo entre castillos en un día de de principios de verano. No sin antes hacer la
famosa carrera con la lancha de Mugardos y su patrón Pastor, todo formaba parte
de la aventura del día. Mientras mi padre terminaba con su lentitud de hacer el
fondeo nosotros ya estábamos con los bañadores puestos. Mi padre sabía de
nuestro nerviosismo y así aumentaba nuestra emoción.
Ya no necesitábamos
esperar a subirnos al bote para llegar a la orilla, ahora desde el Marisol
podíamos lanzarnos con los colchones al
mar y así lo hicimos. Primero lo hizo mi hermano el mayor y así uno tras otro
según la edad, yo fui la última, no porque tuviera miedo sino por imperativo de
mis padres.
Tiramos los colchones al
agua y con precaución el primer día nos subimos cada uno en su colchón.
¡Ay cuál fue la sorpresa!, mi hermano y yo
quedamos aterrorizados del mundo submarino, lleno de algas gigantes, infinidad
de vida marina, obscuridades tenebrosas que se asemejaban a monstruos del lago
Ness. Quedé paralizada con un ataque de terror, mi hermano lo mismo. Decidimos
acercarnos a la orilla donde había más claridad y arena en su fondo. Así poco a
poco fuimos tomando confianza en las profundidades, aconsejados por mi padre
entre risas y bromas. El mar estaba lleno de cientos de seres que antes no
había podido constatar, cangrejos, estrellas, camarones, pulpos, lorchos, caballitos de
mar, erizos, todo un mundo de vida con inmensos bosques de algas de distintas
formas. Sin duda una clase de mar en vivo, algo inigualable.
Pasando los días y sacando el miedo del cuerpo, hacíamos auténticas
incursiones por cuevas, y pequeños recovecos, arenales. Jugábamos a quien era
el más rápido y todo un sinfín de aventuras. Siempre guiados por mi hermano el
mayor, que al final el colchón que más le gustaba era el nuestro, daba más
juego y de vez en cuando se lo prestábamos.
Los colchones también los utilizábamos en la playa de Chanteiro, la playa
tenía según el tiempo unas olas donde podíamos deslizarnos con los colchones
haciendo auténticos piruetas, dentro de
juegos y risas. En aquellos tiempos los colchones eran una gran novedad.
Todo esto lo viví con
apenas cuatro años. Os podéis imaginar, nuestras emociones y sorpresas, en unos
tiempos que ni TV teníamos