Increíblemente uno se encuentra solo,
mientras un rayo
lame los pies intentando
renacer la vida,
empezar la historia,
la vida nerviosa, enérgica.
En la insatisfacción de lo deseado
con esa incomprensión,
ni siquiera imaginada,
aún
después de todo,
uno encuentra el conformismo
de la propia decadencia,
aliviando las llagas
con la vida de otros.
Arriba en el quinto,
en el último piso,
entre cuatro tiempos,
se debaten cuatro
mundos
con gritos al silencio.
Encima el techo oblicuo
aprisionando los sentimientos,
entre ropa sucia
un niño aún sin historia,
contempla las máscaras blanquecinas
de cuencas negras
y
dientes mortecinos,
escudriña los rincones y ejerce
su propia vida,
entre momias empolvadas
de la vida de ciudad.