Por San Ramón, el patrón de Amboague, había todos los años fuegos artificiales. Ponían al rededor de la plaza unos palos elevados, donde colocaban unas figuras llenas de petardos y pólvora. También había bombas de palenque y los tan temibles corre pies, ¡aquello era tremendo y me daba un miedo terrible!.
Un día me persiguió uno, y entre las varillas que caían del cielo y los corre pies, para mí aquella fiesta era un tormento, con lo que un día decidí ver el espectáculo desde mi ventana, así las varillas y los corre pies me dejaban ver tranquilamente el espectáculo.
Después de la pirotecnia había verbena, la plaza se llenaba de vida y de fiesta, con música y risas, con niños corriendo de un lado para otro. Hasta que un día calló un mortero encima de una casa originando un incendio. Hasta allí acudieron los bomberos fue la última vez que se hicieron los fuegos en la plaza. Realmente el tema era peligroso. A veces quedaban petardos y varillas sin explotar, a un amigo le llevó una mano por delante. Mi madre nos tenía bien advertidos de que no cogiéramos nada del suelo, y su peligro. Nos metía el miedo en el cuerpo.
Recuerdo que siendo bien pequeña mi madre me puso en la plaza para que jugara, llegaron los operarios del ayuntamiento haciendo agujeros, poniendo los palos y tapando con chapapote. Aquel material me pareció de lo más entretenido con lo que me dediqué a llenar los zapatos de alquitrán y con ello todas las manos y ropa. Mi madre cuando me vió sentadita en medio del jardín llena de manchas del pegajoso elemento, no salía de su espanto. Los zapatos se recuperaron, pero el vestido ni para trapos sirvió.
San Ramón para mí una fiesta inolvidable y a pie de casa, con bonitos e inolvidables recuerdos.