NAVEGAR ENTRE PALABRAS

jueves, 14 de noviembre de 2019

EL MOLINILLO


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Recuerdo este utensilio con cariño y me viene un suave olor a café, cuando la casa se inundaba y daba el pistoletazo de salida al inicio del nuevo día. Nací con su aroma en las mañanas de colegio, recién cumplidos los cinco.

La receta me quedó bien memorizada, el recipiente entero lleno de granos de café, se molía y caía en el cajoncito de abajo, a continuación llenábamos hasta la mitad de granos de malta y volvíamos a moler, ya con todo el grano preparado le añadíamos una cucharada sopera colmada de achicoria y ya estaba todo listo para hacer la tan sabrosa pócima. Mientras, esperábamos que hirviera el agua de la olla que permanecía en el fuego de la bilbaína.

Era una casa con alma, donde sus integrantes formaban parte de su vida.

El desayuno era una taza con el suculento café, un chorrito de leche y sopas de pan. Te puedes imaginar la marcha que aquello nos daba, empezábamos soñolientos y terminábamos con una velocidad que no había quien nos parara. Entre tanto mi madre no paraba de reñir para que apuráramos porque se nos hacía tarde. Fue una época en que salíamos todos juntos para el colegio.
Los desayunos empezaban con bromas y risas intentando hacer reír con cualquier ocurrencia. Después con las carteras en la mano, todos para el cole.

Después llegó la generación del Cola-Cao, mientras unos desayunaban con el delicioso café, otros lo hacían con Cola-Cao. En la radio sonaba la famosa canción; "Si lo toma el ciclista se hace el dueño de la pista, y si es el boxeador, pum-pum golpea que es un primor", que al unísono cantábamos todos juntos, pero a mi lo que me daba fuerza y velocidad era el sabroso café, aquel que se hacía con malta y achicoria.
Los desayunos de los domingos eran especiales, ese día la mesa se llenaba de vida lo hacíamos todos juntos y el pan se sustituía por unos churros o bizcochos.
Mientras nos íbamos levantando mi padre iba por los churros y a su vez traía la prensa, normalmente La voz de Galicía y para los más pequeños, como todos los domingos el TBO, el Capitán Trueno, El guerrero del antifaz, y para mi uno de princesas que un buen día cambié por el Jabato. El TBO era para todos y los otros eran uno para cada uno de mis hermanos. Al principio yo no sabía leer y mis hermanos me los iban leyendo, después ya empecé el colegio y ya me hice autónoma y podía recrearme con las viñetas mientras leía todo el tiempo del mundo. Los comics nos los pasábamos de unos a otros.
Aprendí a leer a una velocidad que mis padres se sorprendieron cuando a los tres meses de empezar el colegio, empecé a leer todo lo que había escrito por las paredes y lo que me cayera por delante de los ojos.

¡Niña!, ¿Qué dices?

y yo les decía- Estoy leyendo lo que está escrito ahí en la pared.

Mi madre me dijo que no leyera nada de la pared, y antes de que le preguntara el ¿por-qué?, mi madre siguió.

Hay palabras feas que no se deben decir.

Tu lee los nombres de los comercios o carteles pero escrituras de la pared, no.

Me encontraba como una niña con zapatos nuevos, poder leer todo lo que yo quisiera. Así pasaba horas enteras leyendo al Capitán trueno, y su novia Sigrid, ¡estaba enamorada 😀😅. Mi primer amor platónico!.😂
El café y la lectura dos compañeras de viaje, que formaron mi mente y mis inquietudes en el día a día.
Las tertulias de café en el famoso café "El Suizo" donde la pandilla pasábamos horas entre juegos de parchís, cartas, o dominó, degustando el sabroso y oloroso café.
Era una cafetería que estaba en la calle Real de Ferrol, ahora en su lugar hay una cadena de perfumerías. Ahí convivíamos dos generaciones, los abuelos que leían los periódicos y tenían sus tertulias, y los jóvenes en la parte de atrás del local.
El camarero creo que se llamaba Emilio, el tiempo va borrando un poco de todo. Era un hombre amable con una paciencia asombrosa, de pelo cano pero cuando se tenía que poner serio también lo hacía y siempre con una sonrisa.

Hubo una época en que íbamos a la Suiza una cafetería que estaba enfrente del casino de la calle Real. El local aún está en funcionamiento con otro nombre y me imagino que con otros propietarios pero su decoración no tiene nada que ver con aquella de antaño. Gozaban sus paredes de unos dibujos Picassianos que le daban un aspecto bohemio y juvenil. No tenía terraza la única que había en la calle Real era la del casino, donde las señoras con sus galas exponían sus riquezas y nos miraban con ojos críticos, pero la juventud es muy osada y todos lo pasábamos por alto entre guiños de complicidad.

El molinillo manual fue sustituido por el eléctrico y la olla por la melitta o la cafetera exprés. Desapareció la achicoria y la malta, y con el, el sabroso aroma. El café fue perdiendo calidad, donde incluso ya ni tienes que molerlo.

Quedan mis recuerdos, de infancia donde todo estaba por aprender y por conseguir, sueños envueltos en el suave aroma del café Amador o Bonilla, torrefacto o natural.

Me quedo con el café de mis recuerdos aquel que me llenaba de fuerza y de sueños.

Historias de Carmelin por Mari Carmen Freire Romero.

Hasta la próxima historia.

miércoles, 30 de octubre de 2019

LA TIENDA

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Transcurrían los años 60 y yo iniciaba la vida con ojos curiosos y sorprendidos. Me gustaba ir de visita a casa de mi tía Chicha, hermana de mi madre, creo que por la forma diferente de comunicarse que había entre las gentes de Recimíl a las de la plaza de Amboage.
Era una gente sencilla que no tenía reparo en contar sus vidas en la tienda del barrio. No presumían de nada y sus vidas eran simples y llenas de calor humano. A mi me encantaba escuchar sus historias con tanta naturalidad como si fuera una obra de teatro. Gente sencilla que lo único que tenían era el día a día, lleno de amor y cariño, sabían disfrutar de los pequeños momentos, momentos especiales donde reinaba la fiesta y la alegría, con sus momentos de penurias. Celebraban cualquier pequeña cosa. Las buenas calificaciones escolares de su hijo o que ayer el marido venía con buen humor . ¡El marido había llegado con buen humor!...algo que a mi me sorprendía y vivía con ellas aquella satisfacción con asombro, intentando llegar a los sentimientos de su mundo interior, de esa facilidad que tenían de comunicarse con todo el barrio, sin reparos.
Era la tienda de Argentína. Una tienda de la época que hacía esquina y tenía unas escaleras hacia abajo de tal forma que los más pequeños podíamos llegar con facilidad al mostrador en su parte más elevada. allí me ponía yo observando a las clientas, sentada en el mostrador con la espalda apoyada a la pared todo un espectáculo en primera fila.
Primero estaba la tienda y a continuación el bar donde los maridos apuraban sus vinos, jugaban partidas y entre tema y tema se oía algún juramento, charlaban del trabajo, o de fútbol, tema muy presente en aquellos tiempos. La tienda-Bar estaba separaba por una puertas batientes como la de los vaqueros. Los hombres entraban y tenían que pasar por todo lo largo de la tienda. Normalmente por la mañana no había clientes  en el bar ya que todos estaban en sus trabajos, a la tarde era cuando se reunían para charlar y jugar.
Las de la plaza de Amboage eran gentes que vivían en un mundo de cuento, donde en la tienda se mezclaban gentes de distintas categorías y el "yo soy más que tu" era el pan nuestro de cada día, un mundo donde reinaban las apariencias. Como si toda la tableta de la Magdalena fuera un gran cuartel. Era tremendo ver como delante de uno hablaban de una manera y veías como a las espaldas le hacían un traje nada más salir por la puerta. Todo el mundo correctamente bien vestido, con vidas ejemplares, estables y maravillosas. Aquí no había problemas, vivíamos en un mundo feliz. Los maridos eran hombres honorables, bien vestidos, con sus sombreros de dandi, sus hijos en buenos colegios y la mayoría, esposas repletas de hijos, tenían doncella para pasear a los más pequeños e incluso gozaban del privilegio de disfrutar de un "repostero" que valía para todo. Recados, limpieza, fregar, recoger y llevar a los niños al colegio, pintar la casa e incluso eran utilizados para levantar una que otra casita de verano.
Los "reposteros" eran jovenes que estaban haciendo la mili y los mandos escogían para uso personal, utilizándolos como chóferes, recadero, o para uso doméstico todo un descaro patriótico.
La tienda de Emilia a la que íbamos en la plaza de Amboage y más tarde de Juanín, su hijo, era de otro formato, aunque también estaba unido tienda y bar, la entrada a ella era independiente, aunque por dentro podías pasar de un lado a otro. Estos bares eran una especie de bodegas con grandes barriles con distintos vinos, unas mesas y las cunquiñas de vino y jarras. Si querías picar algo siempre había donde escoger ya que salía el producto de la tienda, queso aceitunas, jamón, salchichón, etc... En la plaza de Amboage había otra tienda la de Faustino, en donde los niños comprábamos regaliz, soda, caramelos pipas y el chicle may, era tan duro que te quedaban agujetas en la mandíbula.
Mientras en el barrio de Recimil la sra. Manola no podía olvidarse del vino para su marido, blanco castilla o rioja peleón, su olvido era motivo de desquicio y desasosiego en el ámbito familiar. Aquella mujer me dejaba ensimismada y absorta con sus planteamientos familiares. También tenía problemas con su hijo y una hija que según ella no hacía bueno de ella. Siempre estaba azoraba al borde del psiquiátrico, las clientas trataban de consolarla y animarla.
Cuando íbamos de visita a Recimil le preguntaba a mi tía si quería que le fuera a la tienda y ella aunque no quería nada me mandaba por cualquier cosa y yo era feliz. Se sabía cuando me iba pero no cuando llegaba. Yo iba dejando paso a las clientas una a una, incluso la sra. Argentina me preguntaba sino me era tarde y yo nada, allí permanecía absorta en las conversaciones, hasta que mi tía llamaba por tanta demora, y porque ya teníamos que regresar a casa. Entonces allí terminaba el momento mágico donde aprendía lo que era la vida con sus alegrías y sus tristezas.
Había algo común en todas las tiendas de la época, los tenderos tenían una libreta donde iban anotando las compras de las clientas que después pagaban a fin de mes.
Mi Tía no daba rédito y me preguntaba que veía en la tienda para que me causara tanto interés, no sabía que decirle y le devolvía una sonrisa como respuesta😀. mi tía le daba a la cabeza y decía.
-Que raras eres, tus primas nunca quieren ir y tu... sino vas te mueres de pena.
y se partía de risa...
Realmente eran muchas cosas por las que me gustaba ir a casa de mi tía Chicha, también me gustaban las historias de la abuela Sara, que aunque a mi no me tocara ningún parentesco así la llamaba, a ambas así nos gustaba. Me gustaban sus historias y las de su hermana Aurora que yo le llamaba tía. Dos mujeres que habían sufrido los desastres de la guerra civil. La abuela Sara, padecía de agorafobia de vértigos y pesadillas nocturnas por culpa de los bombardeos de Guernica, escaparon con lo puesto para Francia y allí vivieron momentos tremendos con la ocupación nazi. Su marido nunca se supo de Él.
En Recimil aprendí mucho, el blanco y negro de la vida y ese aprendizaje me hizo más cercana a las personas, porque todas tienen sus historias y nadie es quien para juzgar a otra.
Hay que saber escuchar para aprender a ver.
"Historias de Cármelin" por Mari Carmen Freire Romero.
Las fotos no corresponden a las mencionadas tiendas.