NAVEGAR ENTRE PALABRAS

domingo, 1 de septiembre de 2019

RELATO: ADIÓS VERANO

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Los últimos veraneantes apuran su tiempo entre tablas, hamacas, los paseos por la orilla jugando con las caracolas, moluscos y espuma de mar. Se apura todo, la luz del sol apacible acaricia el verano que agoniza entre nieblas, brumas y pequeñas gotas caprichosas que nos anuncian, el regreso a una rutina, perezosa y ausente de la vitalidad del estío veraniego.
Septiembre plácido y sosegado con sus atardeceres frescos nos regala mañanas luminosas donde acarician las olas y nos despedirnos con sus lagarteiras, repletas de yodo. Mareas bravas que nos llenan de fortaleza para la rutina que se avecina. Los inviernos húmedos y lánguidos de mi tierra.
Disfrutemos de estos últimos reflejos dorados y los últimos veraneantes, que permanecen hasta finales septiembre.
Yo permaneceré en Ares con su clima protector y con el encanto de los vecinos amigos, sus sonrisas y su fuerza. Me quedo con la sencillez de sus gentes y su compañía.

jueves, 15 de agosto de 2019

RELATO: ESQUIANDO EN EL MARISOL



La imagen puede contener: una o varias personas, océano, cielo, exterior, agua y naturaleza








Estaba llegando a su fin las aventuras con el Marisol, las navegaciones y todo un mundo de sueños, de aprendizajes y lo más importante, el amor al mar había calado en nuestras pequeñas e infantiles cabezas. Pero aún nos faltaba disfrutar de una nueva experiencia esquiar, sintiendo la velocidad debajo de tus pies y el viento en la cara
Mis hermanos los mayores un día mientras mi padre trabajaba se les ocurrió coger las llaves de la embarcación, por aquel entonces tendrían trece y once años. Estaban acostumbraron a hacer las maniobras de desatraque y atraque, también sabían amarrar y todos los  pormenores de las maniobras y la navegación.
Parece ser que esto lo venían haciendo a menudo, iban con los amigos de la pandilla de la plaza de Amboage (Ferrol). El ocio es muy ocioso y la imaginación de la juventud vuela, así que me imagino que entre unos y otros empezaron a sacar de la cabeza, primero se pasearon por toda la ría, hasta que a alguien se le ocurrió coger la tapa del tambucho de proa, amararle  un cabo y otro cabo para el esquiador, y ambos cabos unidos al barco.
Mi padre había conseguido perfeccionar el motor y la hélice con lo que el barco podía con un esquiador, la fiesta estaba servida. Eran un montón de amigos, y me imagino que todos disfrutaron de la aventura a tope. Lo que no les perdono es que se lo callaran y no me avisaran para poderlo disfrutar como ellos.
Alguien del puerto los debió de ver y lo puso en conocimiento de mi padre diciéndole que lo venían haciendo frecuentemente,  y sobre la hora que dicho acontecimiento se producía.. Mi padre no les dijo nada, sencillamente salió antes de la hora del trabajo y pasó por el puerto. Se dirigió al muelle donde estaba la fábrica de la Pysbe y ya los vio disfrutando y dando curvas elípticas por toda la superficie marina de la ría.
Mi padre  espero pacientemente estático en la punta del muelle, hasta que mis hermanos lo vieron y rápidamente recogieron el esquí y al esquiador y se dirigieron al punto de atraque o amarre del puerto. Por aquel entonces no existían los pantalanes y las embarcaciones se amarraban al  noray o a unas argollas que había por todo el puerto cada pocos metros o tramos, así todos los barcos tenían su amarradero. El barco se fondeaba y se largaban cabos al muelle ayudados por un pequeño bote o chalana, que era el auxiliar de la embarcación, con la que sus tripulantes embarcaban y desembarcaban.
Mi padre ya estaba situado en el punto de amarre con una ligera sonrisa escondida entre su bigote. Mis hermanos estaban muertos de miedo, mientras mi padre permanecía estático sin pronunciar palabra. Mis hermanos estaban acostumbrados a las órdenes del patrón pero en este caso mi padre permanecía observando y dejando hacer las maniobras. Empezaron a desembarcar en grupos hacia el muelle portando un cabo para el punto de amarre, así mientras uno iba haciendo los nudos pertinentes para dejar bien amarrada la embarcación otro iba terminando de hacer la maniobra del bote por medio de cabos, todo muy preciso. Al fin consideraron que habían terminado la maniobra hasta que mi padre se dirigió a mi hermano el mayor y le dije que tenía que afianzar un cabo, rápidamente lo aseguró, A continuación cuando todos los tripulantes estaban en tierra firme,  mi padre les dio una palmada en las espaldas de asentimiento por la buena maniobra realizada. A los amigos les preguntó si lo habían pasado bien, cosa que afirmaron entre cortados y temerosos. Mi padre solo les dijo que la próxima vez lo avisaran, porque podía tener problemas con la guardia civil de puertos, y que él tendría mucho gusto de llevarlos. Y regresaron por la calle San Francisco hacia la plaza de Amboage entre charlas y bromas. Mi padre nunca nos reñía eso se lo dejaba a mi madre. Como así fue. Cuando mi madre se enteró, puso el grito en el cielo con el consiguiente castigo.
Pronto el barco de nuestras aventuras y nuestro despertar iba a formar parte de la historia de nuestra infancia. Un punto final a los veranos por la ría, entre cala y cala, aunque siempre permanecerá en nuestro corazón.

Autora: Mari Carmen Freire Romero.