El silencio se hace silencio
en cada rama,
en cada brizna de hierba
humedecida por el frío
de la noche.
Espejismo de meigas
reflejada en una luna llena,
sombreada por los vapores
de alguna nube traviesa,
engalanada con su traje de fiesta.
Como contrapunto,
un manto blanquecino
cubre el sendero del río
como una carretera de espuma.
Los campos están frescos,
rociados con PERLAS
de luna.
El aire en su estática quietud
transforma a los seres vivos
en seres irreales,
acaso sacados
de algún cuento de brujas.
Los árboles
parecen hablar en su silencio,
emergiendo de la tierra
con sus majestuosas
cabezas de Dioses.
Aquí el Dios de la LUZ,
el Dios del COLOR,
el Dios de la espera.
Entre silencio y silencio
el lamento del búho
lánguido y lastimero
despierta a la noche
y como de meigas se tratara,
un murciélago cruza ante mis ojos
perdiéndose
entre la bruma del río...