Transcurrían los años 60 y yo iniciaba la vida con ojos curiosos y sorprendidos. Me gustaba ir de visita a casa de mi tía Chicha, hermana de mi madre, creo que por la forma diferente de comunicarse que había entre las gentes de Recimíl a las de la plaza de Amboage.
Era una gente sencilla que no tenía reparo en contar sus vidas en la tienda del barrio. No presumían de nada y sus vidas eran simples y llenas de calor humano. A mi me encantaba escuchar sus historias con tanta naturalidad como si fuera una obra de teatro. Gente sencilla que lo único que tenían era el día a día, lleno de amor y cariño, sabían disfrutar de los pequeños momentos, momentos especiales donde reinaba la fiesta y la alegría, con sus momentos de penurias. Celebraban cualquier pequeña cosa. Las buenas calificaciones escolares de su hijo o que ayer el marido venía con buen humor . ¡El marido había llegado con buen humor!...algo que a mi me sorprendía y vivía con ellas aquella satisfacción con asombro, intentando llegar a los sentimientos de su mundo interior, de esa facilidad que tenían de comunicarse con todo el barrio, sin reparos.
Era una gente sencilla que no tenía reparo en contar sus vidas en la tienda del barrio. No presumían de nada y sus vidas eran simples y llenas de calor humano. A mi me encantaba escuchar sus historias con tanta naturalidad como si fuera una obra de teatro. Gente sencilla que lo único que tenían era el día a día, lleno de amor y cariño, sabían disfrutar de los pequeños momentos, momentos especiales donde reinaba la fiesta y la alegría, con sus momentos de penurias. Celebraban cualquier pequeña cosa. Las buenas calificaciones escolares de su hijo o que ayer el marido venía con buen humor . ¡El marido había llegado con buen humor!...algo que a mi me sorprendía y vivía con ellas aquella satisfacción con asombro, intentando llegar a los sentimientos de su mundo interior, de esa facilidad que tenían de comunicarse con todo el barrio, sin reparos.
Era la tienda de Argentína. Una tienda de la época que hacía esquina y tenía unas escaleras hacia abajo de tal forma que los más pequeños podíamos llegar con facilidad al mostrador en su parte más elevada. allí me ponía yo observando a las clientas, sentada en el mostrador con la espalda apoyada a la pared todo un espectáculo en primera fila.
Primero estaba la tienda y a continuación el bar donde los maridos apuraban sus vinos, jugaban partidas y entre tema y tema se oía algún juramento, charlaban del trabajo, o de fútbol, tema muy presente en aquellos tiempos. La tienda-Bar estaba separaba por una puertas batientes como la de los vaqueros. Los hombres entraban y tenían que pasar por todo lo largo de la tienda. Normalmente por la mañana no había clientes en el bar ya que todos estaban en sus trabajos, a la tarde era cuando se reunían para charlar y jugar.
Primero estaba la tienda y a continuación el bar donde los maridos apuraban sus vinos, jugaban partidas y entre tema y tema se oía algún juramento, charlaban del trabajo, o de fútbol, tema muy presente en aquellos tiempos. La tienda-Bar estaba separaba por una puertas batientes como la de los vaqueros. Los hombres entraban y tenían que pasar por todo lo largo de la tienda. Normalmente por la mañana no había clientes en el bar ya que todos estaban en sus trabajos, a la tarde era cuando se reunían para charlar y jugar.
Las de la plaza de Amboage eran gentes que vivían en un mundo de cuento, donde en la tienda se mezclaban gentes de distintas categorías y el "yo soy más que tu" era el pan nuestro de cada día, un mundo donde reinaban las apariencias. Como si toda la tableta de la Magdalena fuera un gran cuartel. Era tremendo ver como delante de uno hablaban de una manera y veías como a las espaldas le hacían un traje nada más salir por la puerta. Todo el mundo correctamente bien vestido, con vidas ejemplares, estables y maravillosas. Aquí no había problemas, vivíamos en un mundo feliz. Los maridos eran hombres honorables, bien vestidos, con sus sombreros de dandi, sus hijos en buenos colegios y la mayoría, esposas repletas de hijos, tenían doncella para pasear a los más pequeños e incluso gozaban del privilegio de disfrutar de un "repostero" que valía para todo. Recados, limpieza, fregar, recoger y llevar a los niños al colegio, pintar la casa e incluso eran utilizados para levantar una que otra casita de verano.
Los "reposteros" eran jovenes que estaban haciendo la mili y los mandos escogían para uso personal, utilizándolos como chóferes, recadero, o para uso doméstico todo un descaro patriótico.
Los "reposteros" eran jovenes que estaban haciendo la mili y los mandos escogían para uso personal, utilizándolos como chóferes, recadero, o para uso doméstico todo un descaro patriótico.
La tienda de Emilia a la que íbamos en la plaza de Amboage y más tarde de Juanín, su hijo, era de otro formato, aunque también estaba unido tienda y bar, la entrada a ella era independiente, aunque por dentro podías pasar de un lado a otro. Estos bares eran una especie de bodegas con grandes barriles con distintos vinos, unas mesas y las cunquiñas de vino y jarras. Si querías picar algo siempre había donde escoger ya que salía el producto de la tienda, queso aceitunas, jamón, salchichón, etc... En la plaza de Amboage había otra tienda la de Faustino, en donde los niños comprábamos regaliz, soda, caramelos pipas y el chicle may, era tan duro que te quedaban agujetas en la mandíbula.
Mientras en el barrio de Recimil la sra. Manola no podía olvidarse del vino para su marido, blanco castilla o rioja peleón, su olvido era motivo de desquicio y desasosiego en el ámbito familiar. Aquella mujer me dejaba ensimismada y absorta con sus planteamientos familiares. También tenía problemas con su hijo y una hija que según ella no hacía bueno de ella. Siempre estaba azoraba al borde del psiquiátrico, las clientas trataban de consolarla y animarla.
Cuando íbamos de visita a Recimil le preguntaba a mi tía si quería que le fuera a la tienda y ella aunque no quería nada me mandaba por cualquier cosa y yo era feliz. Se sabía cuando me iba pero no cuando llegaba. Yo iba dejando paso a las clientas una a una, incluso la sra. Argentina me preguntaba sino me era tarde y yo nada, allí permanecía absorta en las conversaciones, hasta que mi tía llamaba por tanta demora, y porque ya teníamos que regresar a casa. Entonces allí terminaba el momento mágico donde aprendía lo que era la vida con sus alegrías y sus tristezas.
Cuando íbamos de visita a Recimil le preguntaba a mi tía si quería que le fuera a la tienda y ella aunque no quería nada me mandaba por cualquier cosa y yo era feliz. Se sabía cuando me iba pero no cuando llegaba. Yo iba dejando paso a las clientas una a una, incluso la sra. Argentina me preguntaba sino me era tarde y yo nada, allí permanecía absorta en las conversaciones, hasta que mi tía llamaba por tanta demora, y porque ya teníamos que regresar a casa. Entonces allí terminaba el momento mágico donde aprendía lo que era la vida con sus alegrías y sus tristezas.
Había algo común en todas las tiendas de la época, los tenderos tenían una libreta donde iban anotando las compras de las clientas que después pagaban a fin de mes.
Mi Tía no daba rédito y me preguntaba que veía en la tienda para que me causara tanto interés, no sabía que decirle y le devolvía una sonrisa como respuesta😀. mi tía le daba a la cabeza y decía.
-Que raras eres, tus primas nunca quieren ir y tu... sino vas te mueres de pena.
y se partía de risa...
-Que raras eres, tus primas nunca quieren ir y tu... sino vas te mueres de pena.
y se partía de risa...
Realmente eran muchas cosas por las que me gustaba ir a casa de mi tía Chicha, también me gustaban las historias de la abuela Sara, que aunque a mi no me tocara ningún parentesco así la llamaba, a ambas así nos gustaba. Me gustaban sus historias y las de su hermana Aurora que yo le llamaba tía. Dos mujeres que habían sufrido los desastres de la guerra civil. La abuela Sara, padecía de agorafobia de vértigos y pesadillas nocturnas por culpa de los bombardeos de Guernica, escaparon con lo puesto para Francia y allí vivieron momentos tremendos con la ocupación nazi. Su marido nunca se supo de Él.
En Recimil aprendí mucho, el blanco y negro de la vida y ese aprendizaje me hizo más cercana a las personas, porque todas tienen sus historias y nadie es quien para juzgar a otra.
Hay que saber escuchar para aprender a ver.
"Historias de Cármelin" por Mari Carmen Freire Romero.
Las fotos no corresponden a las mencionadas tiendas.